Comienzo a escribir esto a un día de mi inicio en la universidad y cómo me gusta ser totalmente sincera aquí debo decir que: me cago de miedo.
Porque para una persona que ama tanto estar en su zona de comfort así cómo ama el maracuyá (y digo esto porque no suelo escoger otro sabor de helado cuando tengo la oportunidad), adentrarse o siquiera probar algo que es nuevo en mi radar, me llena de terror terriblemente.
Algo que he descubierto con el pasar de los años es que a las personas nos da miedo lo nuevo no sólo porque es diferente, sino que además de ser algo completamente desconocido, no podemos conocer cual será su efecto en nuestras vidas y nuestro alrededor claro, por lo tanto significa cambios. Eso nos aterra más que cualquier otra cosa.
Debo decir, sin embargo, que me encuentro bastante optimista respecto al inicio, al nudo y al descenlace de este nuevo camino. Quizás es así cómo he comenzado a ver mi vida últimamente, cómo una historia más. Cómo algo en el cual yo soy la que decide qué escribir, porque soy yo quien lleva el hilo de esto.
Mi actual carrera universitaria es una que aunque quizás hubiera estado trazada en mí desde que hacía muecas frente al espejo y escribía cuentos de papel de muy pequeña, no la pude ver; o tal vez simplemente no quería verla. Además, no sólo soy alguien conformista, también soy una persona sumamente ansiosa, lo cual me lleva a intentar predecir mi futuro. No con una bola mágica o cartas del tarot, sino con una organización con años luz de donde estoy parada actualmente. Es algo que hago desde que tengo memoria y claramente es algo que intento combatir.
Mientras los demás niños jugaban o veían tele, a los once años yo ya quería saber qué iba a estudiar, dónde iba a estudiar, cuanto iba a ganar siendo profesional y mucha otra información que no era importante para ese instante.
En medio de mi crecimiento y cambio de la niñez a la pubertad, empecé a cursar una especie de crisis de querer salvar el mundo de una u otra forma. Movimientos y luchas en mí, una clase de despertar que buscaba el conocer muchos temas sociales y en alguno de muchos tantos, los animales aparecieron en mi vida.
Se me hacían muy bonitos, importantes, pero a la vez interesantes. Claramente de igual vitalidad cómo tú y yo, es por eso que decidí que estudiaría Medicina Veterinaria; porque se me hacía fascinante el funcionamiento del cuerpo de los animales.
Sin pensarlo demasiado, fui corriendo hacia donde mi mamá, a comentarle acerca de mi ya tomada decisión. Mi madre, cómo quizá cualquier otra en esa etapa, no me tomó demasiado en serio. El deseo de estudiar una carrera universitaria varía mucho con el pasar de los años, especialmente en esa edad. Puedes pasar de querer ser un oficial policial a querer ser un chef de un restaurante cinco estrellas en sólo una semana; pero yo, junto a toda mi intensidad, sentía que ya lo sabía todo. Sentía que mi camino ya estaba trazado y sólo me faltaba seguirlo. Amaba a los animales, era bastante aplicada en el colegio y no podía haber un error en el sistema, porque claro, yo era una máquina.
Así cómo nada es para siempre, todo cambió cuando un día llevé a mis perritas (Chelsea y Brownie) a la veterinaria para sus vacunas correspondientes y justo al llegar, apareció una señora junto a un cachorro que lloraba estruendosamente porque se había caído desde un tercer piso. Estaba tan pequeño y adolecía tanto que sólo bastaron unos segundos para que la siguiente en llorar fuera yo. Lloraba y lloraba porque la pena que sentía por aquel animal, reflejaba en mi persona, una empatía enorme y sensibilidad que tocaba mucha fibra dentro de mí. No sé quién lloraba más, si el perro o yo. Fue en ese preciso momento que me di cuenta que la sensibilidad que tenía hacia los animales, era una cosa que no esperaba que los demás entendieran o entiendan hasta el día de hoy, pero lo suficiente cómo para que yo lo comprendiera y supiera que el trabajar en un ambiente en donde los animales no sólo necesitan un chequeo médico usual; sino también un recorrido de acompáñmiento en el dolor, enfermedad y hasta muerte era algo que yo no podría llevar al completo.
Fue así que la carrera de veterinaria se desvaneció de mi mente con mucha tristeza pues el desistir de una carrera que parecía lo correcto, me llevó a una crisis temporal. Todo debido a que yo sentía la necesidad de tener decidido en ese preciso instante que es lo que estudiaría, ese era mi gran terror otra vez: el cambio.
Pensé: ¿Y si estudio medicina?
Pero esta vez no relacionado a los animales, claramente.
Medicina Humana parecía y pareció entonces lo correcto durante cuatro largos años. En dónde me empeñé en hacerme creer a mi misma y a los demás en que eso sería lo mío. Quisiera decir que todo fue perfecto, pero no puedo evitar el comentar que desde que lo anuncié por primera vez hasta la última ocasión en la cual pronuncié aquella lejana información, siempre todos me recordaban al decir una y otra vez:
¿Medicina, de verdad? con un tono de sentencia total.
Me hacían ver lo mucho que esa carrera me quedaba “grande”. Cómo si fuera un jean de tres tallas más grande que la mía.
No entendía por qué costaba entender tanto aquel sueño que tenía. Sabía que era una carrera sacrificada y que demandaba constancia y tiempo, pero era lo que yo quería (o quizás era lo que yo pensaba querer) y el sentir que nadie creía en mis capacidades o habilidades para lograrlo, era algo que yo no podía terminar de asimilar. Nadie estaba entendiendo nada por lo visto, ni siquiera yo.
Sin importar demasiado que era lo que pensaban los demás, me empeñé en tener en claro todo lo relacionado en base a mi futura carrera y eso implicaba estudiar; así que empecé a pasar mis mañanas y parte de las tardes en una academia pre universitaria en medio del verano. Y aunque en ese mismo instante lo único que pasaba por mi cabeza era lanzarme de la ventana e irme a mi casa, ahora agradezco el choque de realidad que me hizo sentir el estar allí.
Había una realidad que significaba más allá de estar en dónde quieres estar y no sólo el estar en un lugar porque puedes y ya.
En medio de largas e importantes reflexiones en relación a mi futuro profesional, caí en cuenta de que no quería estudiar medicina porque entendí por fin que no era la carrera para mí. Yo era suficiente, yo podía estudiar más, hacer más, pero… ¿para qué?
En mi quinto año de secundaria estaba en la posición que más odié y critiqué por años:
Estar perdido y no saber que estudiar cuando estás a punto de graduarte.
Dios, yo no era esa clase de persona, yo era de aquella que tenía todo bajo control, creánme que acababa de ocurrir esta tragedia, pero que muy pronto remediaré…
Eran sesiones y sesiones de tiempo conmigo misma (el cual no estaba acostumbrada a pasar), en dónde decidir sobre mi futuro era mi único pasatiempo. La respuesta parecía no llegar y yo no tenía demasiada paciencia en mí.
Sólo pensaba en que no era buena en matemática y que ingeniería nunca fue una opción, pero no había pensado lo suficiente en que yo era muy buena en letras, ¡era muy buena escribiendo!
Literatura y Linguistica sería mi destino, claro, ¿cómo no lo había pensado antes? Pero jamás había terminado de escribir un cuento o siquiera algún relato, sólo sabía que era buena escribiendo por lo mucho que disfrutaba hacer redacciones obligatorias en clase debido a la facilidad que se me daba o era porque indudablemente la poesía la hice parte de mí desde que tenía doce años.
¿Pero, eso era suficiente cómo para que una carrera netamente dirigida a la escritura, sea la indicada? ¿Qué hay acerca de las salidas laborales o las universidades a las cuales podría postular? Más dilemas llenos de preguntas que no quería tomarme el tiempo de cuestionar.
En esos lapsos de introspección, conecté mucho con mi niña interior y me di cuenta de quien había sido antes de llegar a ser quien soy.
A mis siete años, escribía cuentos de papel en una hoja bond doblada en dos.

A mis ocho años, tenía un canal de Youtube en el cual hablaba de cualquier tema que se me hiciera relevante.
A los once, escribí dos “novelas” en Wattpad que ni siquiera terminé, pero que aún así existieron.
A los doce, empecé a escribir poesía en mi celular dedicada a un crush que tenía en ese instante y que jamás le confesé mis sentimientos.
A los trece, junto a toda una revolución y activismo, hice una cuenta en Instagram dedicada a brindar información sobre el veganismo.
A los catorce, creé un podcast en Spotify, en el cual brindaba consejos de la vida diaria.
Si fuera esa la descripción en la biografía de otra persona, no me sorprendería en absoluto si es que estudia o trabaja actualmente en algo relacionado a lo audiovisual, escritura o periodismo. Sería distinto si esa fuera la historia de alguien más, pero era la descripción de mi propia vida.
¿Por qué no estudiaba algo relacionado a todo eso?
¿Por qué estaba tan empedernida en el sector de salud cuando llevaba toda mi vida comunicando lo que creía de diferentes formas?
¿Por qué a los quince, quería estudiar medicina humana?
¿Por qué no estudiaba comunicaciones?
En un comienzo, el saltar de una carrera tan imponente cómo la medicina a una tan “poca cosa” cómo comunicaciones, era algo duro. Mi mamá siempre me dijo que ella no pagaría una carrera de esas (aún cuando yo ni siquiera sabía de su existencia), pero cómo yo nunca me he rendido por la primera vez en que algo no funciona, hoy ella está muy feliz de compartir esta nueva etapa junto a mí.
Acabo de comenzar mis clases en la facultad de Comunicaciones y no puedo estar más segura de mi decisión por cada hora que paso en la universidad. Me siento sin ansiedad alguna porque hoy me quiero lo suficiente cómo para saber qué es lo que quiero. Porque sé que estudiar lo que quieres, es quererte.
Nunca es tarde para tomar una decisión importante o cambiarla en el camino. Si sólo nos dejamos llevar por el título que tendremos o el dinero que ganaremos, jamás podremos ser auténticos con la única persona que realmente merece aquella magia, nosotros mismos.
Sé que escribir, hoy, no es un hobby o lo que me gusta hacer en mis tiempos libres. Es lo que amo, es lo que me sana y es lo que quiero para toda mi vida. Por eso me esfuerzo en hacerlo siempre, con mejoras y con errores. Es un trabajo cómo cualquier otro, que connota muchísimo de ti para mostrarte aquí, en medio de estas letras. Por esa razón y muchas otras que aún me faltan explorar, estoy aquí.
Debo admitir que ya no me imagino siendo una doctora, ya sea de animales o de seres humanos, una que se llame Lola. Y lo sé porque sabría que a ella le faltaría locura y a mí, me llena un estilo de vida entre letras que rimen con cordura.
-Con cordura, Lola.
Mi pequeña gran Lola, realmente estás haciendo que tu proceso sea una clara señal que los seres humanos te importamos tanto como el amor que te tienes. Que paso a paso vas descubriendo la vida. Que poco a poco vas haciendo tu camino. Cómo mamá te sigo día a día y te observo y admiro como vas avanzando. Te amo mi Lola querida. Te amo con cordura y sin cordura. Te amo como migianelavlog. Te amo hija mía.